Chuparse el dedo es un hábito completamente normal que desarrollan algunos bebés incluso antes de nacer. Chuparse el dedo es tranquilizador: ayuda a los bebés a contactar y explorar su entorno. Sin embargo, si los hábitos de succión continúan después de los 3 años, es posible que surjan problemas de mordida.

En una mordida normal, los dientes superiores se superponen a los inferiores. Pero es posible que la presión del pulgar sobre las encías interfiera con la erupción normal del diente e incluso con el crecimiento de la mandíbula.

De hecho, algunos niños que se chupan el dedo desarrollan una «mordida abierta», lo que significa que los dientes no se superponen cuando muerde. En cambio, hay un espacio abierto entre los dientes superiores e inferiores. Es por eso por lo que la succión del pulgar es algo que debemos vigilar, aunque no queremos intervenir demasiado pronto.

Cuándo intervenir para que los niños dejen de chuparse el dedo

El mejor momento para intervenir en la succión del pulgar es a los cuatro años. En este momento, la succión prolongada podría comenzar a afectar la boca del niño e interferir en el desarrollo de la mandíbula y los dientes. Si el niño se chupa el dedo pasivamente, es más fácil desalentar el hábito. Es más problemático en los casos de succión vigorosa, ya que esto puede provocar cambios en el paladar que afectan, como decíamos antes, a la mordida permanente. Este hábito, generalmente, es más difícil terminar sin intervención.

El problema es que algunos niños pueden experimentar dificultades para dejar de chuparse el dedo. En estos casos, puede ser necesario comprar productos que puedan colocarse en el pulgar o los dedos para desalentar el hábito. A menudo, basta con colocar un vendaje en el dedo o un calcetín o guante en la mano preferida, o aplicar un producto específico de sabor desagradable. Sea cual sea el método utilizado para desalentar el comportamiento, es importante usar siempre un refuerzo positivo para alentar al niño. Las críticas o las quejas pueden causar más ansiedad y perpetuar el problema.

Si el hábito continúa más allá de la edad de cinco o seis años, la presión y el movimiento de succión comenzarán a hacer cambios en la boca y los dientes. Los dientes frontales pueden sobresalir, y la mordida del niño estará abierta, sin permitir que los dientes frontales superiores e inferiores se toquen. Los cambios esqueléticos comenzarán a afectar la alineación de los dientes permanentes o secundarios.

El dentista debe evaluar los cambios. En ocasiones puede ser necesario colocar un aparato dental en el cielo de la boca para lograr un cambio en el comportamiento. Cuanto antes se detenga el hábito, mayores serán las probabilidades de que la mordida se corrija sola.

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